El autor es un escritor argentino de origen gitano que revisa, a propósito del 60° aniversario de la liberación de Auschwitz, el genocidio que los nazis perpetraron a su pueblo, un hecho que no suele ser recordado. A su vez, repasa la historia de una comunidad signada por la discriminación.
A 60 años de la capitulación de los países del Eje en la Segunda Guerra Mundial, es la primera vez, tanto en la Argentina como en Latinoamérica, y posiblemente en el mundo, que una voz gitana es convocada por un medio masivo de comunicación para brindar su testimonio y recordar a todas las víctimas.
Debido a la falta de información que existe sobre esta nación, se vuelve necesario brindar una breve síntesis histórica que ponga en contexto su presencia y dé a conocer su problemática, ya que la oralidad cultivada por sus integrantes ha favorecido la construcción de un muro de invisibilidad sobre el tema, hasta casi finalizar el siglo XX.
Los primeros gitanos emigraron del noroeste de la India en el siglo X. Después de atravesar Irán, Persia y Afganistán, llegaron a Africa, precisamente a Egipto. Allí estuvieron un largo período, tenían conocimientos de astrología y de astronomía y eran además, muy hábiles con el bronce y el cobre. Dos siglos después comienza un nuevo éxodo; esta vez fueron hacia Grecia y, después allí, se extendieron a toda Europa. En la medida en que llegaban a las ciudades y daban cuenta de su anterior residencia, los iban llamando egipcianos, egiptanos y finalmente gitanos.
Llegada a Europa
En el Viejo Mundo, la bienvenida no fue tan benévola como lo había sido en Egipto. La falta de jerarquías monárquicas y de un ejército propio que los protegiera, dejó al grupo conformado por unos 25 mil gitanos, al alcance de la esclavitud.
La falta de representatividad, que persiste aún hoy, y que siempre caracterizó al pueblo gitano, denuncia la incapacidad histórica de ejercer la política. Las grandes migraciones siempre disponían de una vanguardia que, a modo de cartera diplomática, salía por delante, allanando el camino del grupo frente al peligro y gestionando además, todo lo necesario para ejercer sus oficios y asegurar el destino.
La negativa del grupo a ser esclavizado bajaba su cotización en los mercados; se intentó entonces elevar el precio matando a los que se negaban al trabajo forzoso. A partir de este hecho, los que todavía no habían caído en las redes de la esclavitud, comenzaron a dividirse en pequeños grupos.
Los hombres ya no podían ofrecer sus artesanías por las calles. En las ciudades comenzaban a tener la entrada prohibida; los ciudadanos tenían la orden de que nadie debía abastecer, por ningún precio, a los llamados gitanos: matarlos constituía una política beneficiosa para los países de la región, a tal punto que el Estado les reponía las municiones. Esto acelera la actividad marginal de las mujeres, y los niños se vuelven imprescindibles para la subsistencia; de este modo, la mendicidad y el hurto reemplazaron al comercio manual y se constituyeron en un medio de vida, que el gitano no abandonó hasta que no menguaron las persecuciones y las matanzas.
El culturicidio comienza a recrudecer en toda Europa y, para justificarlo, los Estados en alianza con las religiones se vieron en la obligación de recurrir al derecho para armar las acusaciones, y ya los gitanos fueron condenados por todos los crímenes posibles.
Fueron acusados de ser tanto caníbales como salteadores de caminos, brujos como asesinos despiadados, que decapitaban niños y violaban mujeres. Hechiceros que con un golpe de magia negra hacían desaparecer tanto objetos de valor como animales y personas; tenían la misma facilidad para anular la fertilidad de los campos, que para maldecir el porvenir, y hasta fueron acusados de modificar el curso del vuelo de las aves.
La construcción del Malo
Ya en los siglos XIV y XV la Iglesia Católica comienza a construir sus edificios y, desde los púlpitos, traza su visión del mundo. Con ese mismo fin aparece el teatro religioso; el escenario es ocupado por dos grupos, el de los seres felices, apegados a los mandatos divinos que vestían ropas espléndidas y coloridas, y el grupo de los pecadores, que olía a azufre y, llevando ropas raídas y maltrechas, caminaban llorosos al infierno apegados a sus riquezas, ligadas a lo pagano y a lo diabólico.
El gitano es ubicado a la derecha de Satán y, a partir de allí, el odio que baja del escenario llega al público, que rápidamente identifica a los paganos, que serán devorados por las llamas purificadoras. La literatura de la época y, en especial, la posterior toman los estereotipos e inmortalizan en el lugar del malo a los gitanos.
Podemos pensar en el Calibán de La Tempestad de Shakespare o en La Gitanilla de Cervantes, donde el narrador, que es benévolo con el grupo, dice que, entre otras cosas, los gitanos nacieron para robar. En el Pinocho de Carlo Collodi, el muñeco es raptado y maltratado por un gitano gordo y malo. La literatura no hizo más que retomar el imaginario social y recrearlo; así se fue gestando el mito sobre gitanos robadores de chicos, que los comían asados o se los daban a sus cerdos como alimento.
Los gitanos, en aras de salvar sus vidas, abandonaron la religión natural que profesaban, para ser conversos a cuantas religiones se lo demandasen las respectivas autoridades. La confusa mistura religiosa era apreciada a simple vista; sin embargo, tomaban por burla aquello que los gitanos querían mostrar como meritorio. Al no saber leer ni escribir, pagaban grandes sumas por cuanto papel sellado les fuera ofrecido; copias de una fe de bautismo podían estar en manos de quinientos gitanos; cartas de autoridades religiosas, verdaderas y falsas, peticionando la libre circulación de las caravanas, se hallaban en todos los carromatos. Esto, lejos de motivar una reflexión sobre el fenómeno, motivaba
la creación del enemigo y la muerte segura llegaba a sus portadores. La dureza y la violencia de la Inquisición tampoco pudieron cambiar la idiosincrasia de los gitanos, que necesitaban de una fe y se aferraron a la misma que los hostigaba. Ante la negativa de los gentiles a compartir misa u oraciones con ellos, los gitanos comenzaron a llevar las religiones a los campamentos.
La alianza entre el poder religioso y el poder político creó (y alimenta hasta hoy), en la conciencia colectiva de la sociedad, la imagen más deplorable que se haya construido sobre la idiosincrasia de un pueblo y, a causa de ello, la otredad más rechazada en el mundo es la gitana. La sociedad internacional encontró en los gitanos el chivo expiatorio más económico e inofensivo; y aún lo sostiene, argumentando que han sido históricamente antisociales, que su cultura está montada en el delito que transmiten a sus hijos, y que utilizan el nomadismo como vía de escape. Los mismos que
esclavizaban o asesinaban gitanos se quejaban argumentando que el problema de los bárbaros estaba en la sangre, como aseguraba el narrador de Cervantes, tratando de defenderlos.
Ahora que la ciencia descartó esa posibilidad, el mismo etnocentrismo los lleva a colocar dentro de la cultura gitana los modos de vida que pertenecen a la marginalidad. Debemos discriminar entre métodos de supervivencia de pautas culturales. Un ejemplo de ello es que el pueblo gitano, después de la Segunda Guerra Mundial, y en sólo cincuenta años, pasó de ser analfabeto, perseguido y marginado, a ser un pueblo que lee y escribe en casi un 70 por ciento, con profesionales en todas las
áreas del saber.
Esto se dio gracias a los Derechos Humanos promulgados el 10 de diciembre de 1948. a partir de esta instancia, la sociedad europea se ve, hoy, en la obligación de aceptar la paulatina sedentarización de los gitanos, por ahora en ghettos o barrios apartados de la sociedad, y de admitir, aunque con bastante reticencia, que vayan formando parte del paisaje ciudadano.
En todo el mundo se intenta mostrar el cambio conseguido, pero los foros no abren sus puertas a la presencia zíngara; allí también solemos ser negados como parte de la sociedad. Esta tarea de divulgación, que busca una inserción definitiva, se paga con asiduas muertes a manos de la ultraderecha; de todos modos, ya hay una creciente representación que intenta echar luz, a través de las distintas disciplinas, sobre un pasado que nos oprime por lo mal intencionado y doloroso. La inserción nos llega por una resolución, en 1982, cuando las Naciones Unidas otorgan al pueblo gitano la categoría de N ación, que cuenta en la actualidad con alrededor de 15 millones de habitantes en todo el mundo.
Los gitanos comprendieron, no bien pisaron Europa en el siglo XII, que la escritura era un elemento que reformaba y transformaba la conciencia del hombre, que lo metía en una realidad falsa de la que jamás volvería; que al momento de querer asirse a esa realidad, se partiría en uno, en tres, en diez. El saber teórico jamás podrá ser asido por los gitanos, ya que no viene de la experiencia, trae inteligencia pero no sabiduría; la inteligencia es perversa, la sabiduría es armónica. El hombre gitano, antes que perder su eje y su equilibrio corriendo tras las cosas que ha soñado otro para él, morirá de
vergüenza. Aquellos que leían y escribían se acercaban a los campamentos y decían, en nombre de la ley y la justicia: todo lo que hay en este campo me pertenece, los árboles, sus frutos, los animales, la tierra, los hombres, el mar y sus frutos (algún tiempo después el espacio aéreo). Ante tamaño discurso, los gitanos no podían más que sorprenderse y negarse a ser parte de esa idea, manteniéndose al margen de la escritura diluyente y perversa.
En 1990, realizando un trabajo de campo, visité la carpa de un gitano Ludar y, ante mi pregunta sobre la causa principal de la discriminación hacia los gitanos, me contestó:
"Si le preguntamos a cualquier gitano el origen de sus costumbres, al igual que el
gaucho podrá responder. La diferencia entre uno y otro es que el gaucho vive en su
tierra y puede mostrar su patrimonio a través de su vestimenta; el gitano, con la propia,
en la tierra del gaucho o en cualquier otra región, es considerado un intruso; ésta es la
causa más antigua y la que más divide al gitano del resto del mundo, que sospecha de
nosotros y trata de eliminarnos porque no entramos en el reparto del territorio
Ese principio ordenador y protector del Estado y del Poder Judicial ha hecho y hace agua con los gitanos, ya que en toda Europa se ha encontrado documentación expedida por los tribunales, donde constan las acusaciones pero no las pruebas contra las poblaciones gitanas asesinadas y esquilmadas, a lo largo de ocho siglos y medio.
El genocidio
El último país en liberar a los esclavos gitanos fue Rumania; allí se ha encontrado documentación que demuestra que el derecho a la esclavitud se ejerció, de manera legal, hasta el año 1869. La comunidad Europea de entonces, cuando hablaba de la abolición de la esclavitud del hombre, no incluía a los gitanos, al ser estos de una naturaleza maligna y, por carecer de representatividad, no alcanzaban la condición de hombres por lo tanto no tenían derecho a la libertad. En Inglaterra, a la entrada de los pueblos y ciudades se exhibían carteles con la figura de un gitano colgado; se apelaba a la imagen,
porque los gitanos eran analfabetos.
En 1899, en Alemania, la policía de Baviera creó una sección especial de cuestiones gitanas, que llegó a tener su sede central en Munich. En 1929, se prohibió a los gitanos circular libremente por el país y se creó el primer campo de concentración, donde fueron destinados por asociales, por tener sangre peligrosa y por ser netamente inferiores. Había que impedir todo tipo de contacto (con la plaga gitana) que hiciera peligrar la sangre alemana; tomar por esposo o esposa a alguien de sangre gitana
implicaba el descrédito de toda la sociedad y, por supuesto, la pérdida del trabajo y de la jerarquía social.
El punto más alto llega con el ascenso del nazismo y, rápidamente, multiplica no sólo las leyes discriminatorias, sino también los campos de concentración, los experimentos médicos con niños y embarazadas, la esterilización de las mujeres y los asesinatos masivos en las cámaras de gas.
En 1944, los medios de formación de opinión resumían: “… los mestizos gitanos no podrán hacer peligrar al pueblo alemán tanto como los judíos, sufren de debilidad, son seres primitivos incapaces de madurar”.
En 1953, vuelve a votarse la ley que prohibía a los gitanos el acceso a los lugares de veraneo y recreación, cambiando la palabra gitano por nómade. Esa misma norma se levantó recién en 1970.
El alto Tribunal de Nuremberg, que condenó los excesos del nazismo, acepta un fallo de la Corte Suprema de Alemania, del 7 de enero de 1956, donde se argumenta que: los gitanos que han resistido el exterminio son antisociales, tienen tendencia a la criminalidad, un afán irrefrenable por la apropiación. Y cita como prueba la lucha contra la plaga gitana. También dice que las sanciones tomadas desde 1933 a 1943, durante el imperio nazi, no se diferenciaban mucho de las acciones tomadas anteriormente en la lucha contra la plaga gitana. Por lo tanto, esgrime el fallo, las acciones no pueden ser tomadas como persecución racial.
Otro de los argumentos contemplados por el alto Tribunal fue que, antes y durante la guerra, la esclavitud, los encierros y las muertes en campos de concentración, o fuera de ellos, fueron tomados como medidas preventivas de las acciones de los espías. En las políticas de posguerra, el alto Tribunal, en un primer momento, se negó a atender el genocidio gitano; posteriormente, y a regañadientes, falló, pero no consideró a las víctimas gitanas iguales a otras: un año de permanencia en los campos se indemnizó con 1.000 dólares. A los que fueron víctimas de esterilización se les denegaba la indemnización, argumentando que no implicaba una merma en la capacidad laboral. A
los gitanos casados según su ritual no se les otorgó ningún reconocimiento como cónyuges de las víctimas.
Durante la etapa de la Rusia comunista, Stalin continuó con la matanza y, en orden de méritos, le siguen la ex Yugoslavia y Rumania, en especial la de Nicolae Ceaucescu, cuando se encerraba a los gitanos en sus chozas y se les prendía fuego, y a los sobrevivientes se los enterraba vivos en los cementerios.
Las políticas sociales básicas, como educación y salud, nunca fueron enteramente practicadas con los gitanos; y todavía hoy, en los Países Bajos, se les niega la atención médica, en aquellos hospitales donde no hay salas para gitanos.
En toda la zona de los Balcanes, a las mujeres gitanas se las caza, como a animales, se las lleva a los hospitales y se las obliga a firmar su esterilización. No todas las escuelas europeas aceptan chicos gitanos; adentro reciben golpes de los otros chicos, sin que esto produzca ninguna reacción en los maestros. Sí, en cambio, reaccionan cuando el alumno gitano se defiende; allí el chico puede ser expulsado del colegio por mala conducta y, si los padres se quejan, van presos por atentar contra una institución pública. La asistencia a las escuelas es más baja en los países más desarrollados debido a la violencia racial.
No todas las líneas de colectivos, ni todos los horarios son posibles, los gitanos no deben causar molestias al pasajero. En los pocos bares donde se los admite, apartados, beben y comen de pie. En muchos países de Europa del Este, se alerta al turismo sobre la peligrosidad de los gitanos.
Para culminar su limpieza étnica, se organizó en España la gran redada de gitanos ocurrida el 30 de julio de 1749, en Medina del Campo, bajo el reinado de Fernando VI.
Allí un número de 12.000 gitanos permanecieron encerrados en un predio y, para evitar su reproducción, fueron separados los hombres de las mujeres. Los más jóvenes fueron enviados a las galeras, o cedidos a los terratenientes, que los pedían como sirvientes.
Algunas voces gitanas aseguran que aquello tiene su comienzo en el siglo XVI cuando se mistura a los gitanos con los aventureros y con la población carcelaria de toda Andalucía y se los envía a poblar las colonias españolas, desde Puerto Rico hasta Río de la Plata.
En la Argentina
En 1536, llegan al puerto de Buenos Aires los primeros gitanos, como parte de la tripulación de Pedro de Mendoza; los desembarcos continúan hasta que, en 1581, y a pedido de la ciudadanía, el procurador general Don Félix Santiago del Pozo expulsa unos mugrosos que chanelaban caballos viejos hasta dejarlos casi potros y como tales los vendían engañando a la gente, otros robaban gallinas y cerdos. También decían la buenaventura, asustando a los vecinos. Para dar curso a la petición, el procurador encontró la ley que hizo efectiva la primera expulsión oficial, fechada en 1580, llamada ley Felipe II, que ordenaba encerrar a los gitanos en la ciudadela de Montevideo, con la intención de salvaguardar a los ciudadanos, en tanto se esperaba algún barco que los depositara nuevamente en España (se desconoce el destino de ese grupo).
De este modo, Buenos Aires quedaba limpia de gitanos hasta finales del siglo XVIII, cuando grupos de gitanos rusos, griegos, moldavos, serbios y rumanos, siempre huyendo de la esclavitud, la muerte y el mal trato, arribaron al puerto de Buenos Aires.
En la primera presidencia del General Perón, y en sintonía con lo que ocurría en Alemania, bajo una oscura orden, se prohíbe la instalación de carpas en el territorio argentino; punteros políticos incendian los campamentos gitanos. La falta de Documentos de Identidad de las víctimas y el temor a realizar las denuncias arroja una cifra imprecisa de muertos y heridos. En la década del 70, sobre la hipótesis de conflicto con Chile y bajo una ley de emergencia, fueron expropiadas las camionetas de los gitanos residentes en el sur del país. Esos vehículos jamás fueron restituidos a sus dueños. Durante el gobierno de Raúl Alfonsín fue prohibido el tránsito de gitanos por la provincia de Río Negro; el fuerte accionar de la prensa internacional hizo que el Gobierno provincial revisara la ley.
La imagen gitana no vende
Desde los comienzos de la medicina prepaga, la población gitana de la Argentina carece de este servicio social porque representan una mala imagen para esas firmas. Las empresas de medicina prepaga, al tomar cuenta de que su afiliado es gitano, con distintas evasivas u omisiones dejan fuera del sistema al grupo familiar. Los empleados encargados de la afiliación son alertados al respecto, y tienen una lista de apellidos de origen ruso, griego, rumano y yugoslavo para verificar. En las clínicas, con distintos pretextos se evitan las internaciones derivándolas a otras instituciones; en ambos casos se prueba con la coima, que no siempre funciona, para proteger a la familia.
En los bares del microcentro porteño, las gitanas pueden ingresar a los locales y ocupar una mesa, pero no siempre son atendidas. La juventud gitana tiene infinidad de problemas para entrar a las discos y los pubs. La población que habita en carpas, en los barrios periféricos de todo el país, no siempre es tenida en cuenta durante los planes de vacunación, ni durante los censos.
La fuerte discriminación en los colegios argentinos hace que la población gitana no pase, en su mayoría, de cuarto o quinto grado, y muy pocos ingresan al secundario y, menos aún, a las universidades. El desconocimiento y la mala voluntad de muchos docentes es supina; también es supino el desconocimiento de los padres sobre los beneficios que dejaría al grupo, una educación formal, aunque la educación debería estar bien preparada para contemplar los matices de un país cosmopolita.
El Holocausto pasó, pero los genocidios y los culturicidios nunca desaparecieron; y, bajo el maquillaje del derecho o de la prepotencia del poder, adquieren distintas máscaras.
Un primer paso posible para desacelerar el proceso es la modificación consensuada, no etnocéntrica, del sistema educativo, que permita capacitar a los docentes para que en las escuelas se implemente la educación dentro de la convivencia entre chicos de variado nivel socioeconómico y de diversas culturas.
La experiencia realizada en algunos países arroja como resultado que la discriminación desaparece, casi en su totalidad, en un tiempo asombrosamente breve y el conflicto queda reducido a las cuestiones personales de los chicos.
Con el afianzamiento de resultados como estos, un segundo paso sería instalar un debate serio en los foros internacionales para que se revean las políticas aplicadas a la problemática, que parten de alegres y etnocéntricas consignas, desarrolladas en instituciones serias como Naciones Unidas, que proclamaron el 16 de noviembre (de 1996) como El día Internacional de la Tolerancia.
Ese gran Organismo del que todos necesitamos debería reemplazar la tolerancia por el reconocimiento, ya que el verbo reconocer asegura derechos; en cambio, el verbo tolerar potencia la discriminación, al dejar en claro que hay dos sujetos, uno que tolera y otro es tolerado.
1 comentario:
muy bueno, la verdad que a sido un agrado leer este informe muy bien redactado y con mucha info que desconocia, gracias
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