A partir de una iniciación regular, nuestra actuación
en el mundo profano y en el trabajo iniciático debe ser el resultante de la
puesta en práctica de los principios de la Orden y del simbolismo que la anima.
El cambio, puedo desechar cosas del pasado, sin ser
destructivo ni irreflexivo; mas aún, puede y debe en algunos casos ser rápido y
radical, y por tanto revolucionario, cuando las circunstancias así lo
requieran.
Esta práctica vital es la praxis donde radica el
verdadero aprendizaje, consecuencia de la doctrina y el conocimiento
sustentados básicamente en el simbolismo.
El simbolismo se vincula con el inconsciente
individual y colectivo, y con la aptitud
racional del individuo que le permite filosofar: este estudio reflexivo es fundamentalmente
elaborado por el individuo en forma personal, sirviendo la masonería a través
de sus símbolos y ritos como canalizadora metodológica del quehacer
intelectual.
Se estudian los símbolos fundamentales del grado y la
forma cómo abordarlos, con especial énfasis en la necesidad del conocimiento individual,
como paso previo del auto perfeccionamiento.
Ahora bien:
¿cómo se ejecuta ese estudio?, ¿cómo se transmiten los conocimientos en forma
simbólica?
Razonemos: la
cultura propia de cada individuo le ha sido brindada por su entorno y sido
también adquirida por el esfuerzo personal (trabajo, estudio, deporte), o sea por
diversos factores pero siempre en forma profana, desde el mismo momento que
comenzó a comer hasta el tiempo en que comenzó a leer y escribir.
Ahora, el
iniciado debe reinterpretar la cultura que la ha sido transmitida y
transferida, pero ahora debe hacerlo desde un tiempo y espacio propios de la
iniciación masónica. De tal modo, cualquier método no iniciático de trasmisión
cultural es a-gnóstico y por tanto no masónico.
En segundo término,
es evidente que el espacio temporal y espacial de la logia es indispensable para
pulir su intelecto y comprensión de las cosas, de modo tal que podríamos
afirmar que esas circunstancias crean el fenómeno de transculturación del
iniciado. La cultura heredada o adquirida, es modificada superlativamente yendo
inclusive más allá de lo profano: en tal dirección de pensamiento, la
“docencia” masónica es absolutamente contracultural.
En tercer
término, se observará un nuevo lenguaje: el simbólico, caracterizado por su
polisemia, la multiplicidad de sus significados y significantes, en tarea
absolutamente diferenciadora de los signos.
Concluiríamos
satisfactoriamente diciendo que cualquier método de transmisión de
conocimientos masónicos que no sea el propio de la iniciación y el de los
rituales específicos de cada grado, es no masónico e inclusive antimasónico. Se
explica así que el lenguaje racional no simbólico, con lleva la racionalización
del discurso, tema éste que está en contra de las explicaciones brindadas mas
arriba.
La respuesta individual al “conócete a ti mismo” y al
“¿de donde venimos?” es elaborada por cada ordenado a través de un trabajo
sutil pero permanente de pulido de sus condiciones naturales de personalidad.
Esa tarea se realiza en las cámaras de instrucción y en las tenidas, buscando
perfeccionar al hombre y a la sociedad.
Esto es, del “yo” al “tú” y del “tú” al “nosotros”
como alguna vez perfiló Ortega y Gasset.
Esta búsqueda parte de la idea del cambio permanente
y de la duda como requisito del destierro de los dogmas.
La subsistencia del pensamiento dogmático (en
cualesquiera de sus variantes, desde una retrógrada visión clerical sobre el
aborto o sobre la naturaleza del placer sexual hasta el mantenimiento de la
esclavitud económica a través del neoliberalismo o de la infra cultura de masas
a través de los monopolios mediáticos) es el ámbito en el que podemos apreciar
la dificultad diaria y presente del trabajo masónico, ejemplificado en el laicismo,
en la tolerancia y en la convivencia democrática.
La idea de cambio, que hoy nos parece absolutamente natural,
fue siempre revolucionaria: funda de tal modo el progresismo de la propia
masonería mas allá de cualesquier encasillamiento clasista o político. Es
evidente que desde la propia ceremonia de iniciación nos damos cuenta que se
nos hace un llamado al cambio: primero al cambio individual y luego a la
transformación social.
En conclusión, el cambio necesariamente debe ser constructivo:
construye un nuevo orden de cosas, de relaciones, de cosmogonías, de
pensamientos y es consecuencia directa de la transmisión del conocimiento
realizada por la “docencia” masónica.
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